Editorial: Devenir                      Madrid 1997

Poemario

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Texto de José R. Valles Calatrava

Si cualquier poemario acoge en general, bajo la promisoria unidad e identidad del paratexto titular, una mayor pluralidad y fragmentarismo textual del que en principio avanza y siempre que el de una novela o un drama –en un modelo organizativo más semejante al del volumen de relatos–, Deshabitadas estancias es un ejemplo de la unidad temática alternativa y contraria, prolépticamente avanzada desde esa cornisa del edificio poemático que es el título.

Efectivamente, en primer lugar, el suave desorden gramatical, con la anteposición del adjetivo, recaba una atención lectoral por su atractivo efecto de llamada pero también por su concisión y brevedad, que se ligan respectivamente al tono lírico intenso pero contenido y a la corta extensión de los poemas en el libro contenidos. El hablante lírico, el yo poemático, expresa sus vivencias y experiencias de un modo emocionalmente profundo pero sin excesos verbales ni formales, en un tono elegíaco moderado a la par que emotivo, individual en la experiencia aunque universal en el suceso, subjetivo en el relato pero general en el sentimiento: “El terror ante los signos / ya escritos: Hallados, / catalogados, / siempre en pretérito” (XXVII). De hecho, la mejor elegía, modelo hipertextual al que claramente se adscribe el volumen, es uno de los mejores manifiestos fijados, uno de los mejores cauces líricos de expresión universal del dolido y profundo sentir humano en el adverso transcurrir de la ipseidad por la existencia: desde Ovidio hasta Manrique, Lorca, Miguel Hernández o Gil de Biedma, pero también hasta Octavio Paz e incluso, trascendiendo géneros, Phillip Roth.

Pero, en segundo término, jugando semántica y lógicamente con la relación vacía entre los lugares sin personajes, entre los espacios interiores sin personas, el paratexto titular anuncia también el sentido de unidad temática de todos los textos líricos: las deshabitadas estancias son una metáfora que recoge doblemente tanto el vacío de la soledad como el del paso del tiempo y su posible superación ocasional mediante el amor. De hecho, si bien en la estructura formal –además del revelador prólogo de Ángel Guinda– el volumen se divide en tres partes (Primera Estancia, Segunda Estancia, Tercera Estancia), precedidas de tres citas (Valente, Gala, Ajmátova), que agrupan respectivamente 12, 12 y 13 poemas –sin embargo correlativamente numerados en romanos (desde I hasta XXXVII) para reforzar el hilo temático común–, el garcilasiano dolorido sentir que se extiende por todos los poemas puede vincularse a dos centros semánticos imanadores, a dos isotopías temáticas en términos greimasianos: la soledad existencial y su posible trascendencia mediante el amor y, sobre todo, las marcas dolorosas pero aceptadas  del paso del tiempo en el vivir.

Como primera forma de deshabitadas estancias, la soledad, en general o casi siempre marcada por la ausencia del amor: “[…] Todo tú, / un haz de vacío / y melancolía” (I); “REGRESAS SIN NOMBRE, / mitificado, vacío / de formas inalcanzables” (VI). O la soledad universal y genérica: “SÍNTESIS / del hombre y su destino / en soledad inacabada” (XVIII). O la soledad vencida y trascendida por el amor y la presencia: “Vida, / signos de vida, / anunciándose / en deshabitadas estancias” (V).

Como segunda forma de deshabitadas estancias, el paso del tiempo. En ocasiones, como desencadenante del deseo de los tópicos vivenciales del collige virgo rosas o del carpe diem, como sucede en el poema XXVI: “CARPE DIEM, / necesaria y urgente / salida de emergencia”. Mayormente, presentado como el elemento que nos vence y devora lentamente: “RECORDAR DESPUÉS / cuando el tiempo / nos presente factura” (XV); “Avanzando el tiempo / hacia la oscuridad / de las noches, / sin conjugar las distancias” (XXXVI); o el aún más dolorido y representativo: “HEREDERA DEL OTOÑO / en esta tarde breve / y silenciosa, asumo / llanamente, / consecuentemente, / que el tiempo / es mi enemigo” (XXII).

Después de felicitar sinceramente a la autora y a la editorial por la realización y edición de esta estupenda elegía, cabría cerrar estas breves palabras de presentación leyendo el poema XII, verdadero epítome del volumen, que no solo integra ese doble dolor de la soledad existencial y del paso del tiempo vital sino que, además, alude al amor ausente y justifica la razón directa del título: “TIEMPO, / densidad inadaptada / cuando sientes / que el frío / acrecienta la soledad. // Restos / en el hogar perdido, / diluido el calor de los cuerpos / en oscuras estancias”.

 

José R. Valles Calatrava